Había una vez un niño que se llamaba Giorgio y quería ser pintor. Todo el mundo se daba cuenta en seguida de ello porque, cuando alguien iba a verlo, inmediatamente le decía:
- Estate quieto. Voy a hacerte un retrato.
Y, efectivamente, con un trocito de carbón dibujaba en el suelo un garabato y después preguntaba, con el aire más satisfecho del mundo:
- ¿Verdad que se te parece?
Naturalmente no se parecía en nada, pero hay que tener presente que Giorgio tenía solamente cuatro años. Cuando cumplió cinco comenzó a dibujar con el instrumento formado por una barra de grafito dentro de un cilindro de madera, que se utiliza para escribir o dibujar y, al llegar a los seis, ya dibujaba con colores al pastel. Pero hay que decir la verdad: Giorgio no tenía mucha paciencia. Si a un dibujo no le encontraba inmediatamente parecido, lo dejaba todo y se iba a jugar. En fin, quería ser pintor, pero no le gustaba trabajar.
Un día, mientras se encontraba en un prado para dibujar unas plantas herbáceas muy abundantes en los sembrados, con flores formadas por muchos pétalos blancos y el centro amarillo recién abiertas, se le acercó un extraño personaje.
- Buenos días- dijo el Personaje-. Veo que dibujas muy bien.
- Sí, lo hago muy bien- respondió Giorgio-, pero estos colores no quieren hacer lo que yo deseo. No son obedientes. Hacen manchas, garabatos. Al final ya no se entiende nada. En vez de las margaritas, aparecen en el papel otras cosas, como molinos de viento y vehículos de dos ruedas que se mueven haciendo girar dos pedales con los pies y que giran gracias a un manillar.
El Personaje sonrió y dijo:
-Yo te daré un utensilio formado por un mango y un penacho de pelo o cerdas en su extremo, que se utiliza para pintar obediente, un pincel milagroso que pinta solo. Pero con una condición: deberás estudiar pintura cada día durante una hora. Después del estudio, el pincel se moverá solo y pintará lo que tú quieras.
El Personaje entregó a Giorgio un pincelito y se marchó. Al llegar a su casa, Giorgio se apresuró a probar el pincelito y se quedó boquiabierto al comprobar que el misterioso Personaje había dicho la verdad. Bastaba con poner delante del pincel una hoja muy fina hecha con pasta de fibra vegetal que se utiliza para escribir, imprimir y envolver entre muchos otros usos en blanco y decir: "Quiero pintar un paisaje con una nube roja y siete pinos verdes" para que, inmediatamente, el pincel se moviese arriba y abajo por el papel y, en el tiempo de contar hasta diez, el cuadro estaba acabado. Pero Giorgio no olvidaba el pacto con el Personaje y todos los días estudiaba dibujo durante una hora.
Así, gracias al pincelito milagroso, se hizo un pintor famoso. Sus cuadros llenaban los edificios en los que se guardan y se exponen al público objetos que tienen valor artístico, científico o cultural y eran muy admirados.
Un día Giorgio pensó:
- Ahora ya soy famoso, mi pincel me va de maravilla, ¿por qué tengo que seguir un estudio tan cansado?
Y dejó inmediatamente de estudiar. Aquella misma noche quiso pintar un cuadro con una masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra borrascoso. Cogió el pincel, pero todo acabó allí. El pincel ya no se movía. Preso de cólera, Giorgio lo arrojó lejos y no consiguió encontrarlo. El pobre pintor lo buscó por todas partes. Compró centenares de pinceles y los usó uno tras otro, pero no había forma de encontrar uno que se moviera solo. Y, mientras tanto, nadie quería ya sus cuadros.
Sin embargo, Giorgio amaba realmente la pintura y una hermosa mañana volvió a pintar con pasión.
Era un trabajo duro, porque ya no tenía ningún pincel milagroso. Empleó varios meses. Pero al fin consiguió pintar un buen cuadro, cien veces mejor que los que había pintado con el pincel mágico. Entonces Giorgio comprendió que tampoco los otros cuadros se habían hecho solos, sino que el pincel los había pintado porque él había estudiado y trabajado todos los días. Comprendió que sin trabajo no se superan las dificultades ni se conquista la belleza. Aquella misma parte de tiempo que va desde que desaparece el sol hasta que sale de nuevo volvió a encontrar el pincel mágico, pero ya no le servía para nada: Giorgio se había convertido en un verdadero pintor.
Colgó el pincel en la pared y lo conservó como recuerdo.
Yo he estado una vez en su estudio y lo he visto: es un pincelito como otros muchos, como los que venden en todas las tiendas.
GIANNI RODARI